La iniciativa de crear un museo dedicado al artista gran canario Antonio Padrón, (Gáldar, 1928-1968), es, en principio, de su familia. Un acuerdo entre los herederos, propiciado por Doña Dolores Rodríguez Ruiz (su tía, con la que vivió desde su infancia), hizo posible que toda la obra que se encontraba en el estudio, en el momento de la muerte del pintor, permaneciera intacta en él.
El museo se inauguró el 8 de mayo de 1971, tres años después de la muerte del pintor, en este pequeño pabellón de dos pisos (acondicionado con el cierre de la terraza y modificación de la fachada). Su primera propuesta expositiva, de carácter conservacionista, la realizaron sus amigos Felo Monzón y Lázaro Santana. En 1981 fue adquirido y pasó a ser gestionado por el del Cabildo de Gran Canaria
Antonio Padrón Rodríguez nació, vivió y murió en Gáldar. Pintor, escultor, ceramista, escritor… su existencia transcurrió en una íntima simbiosis con su tierra y con su gente.
Al regreso de Padrón a Gran Canaria, una vez concluidos sus estudios de Bellas Artes en La Escuela de San Fernando de Madrid, en Las Palmas comenzaba un momento crucial para el arte en las islas. El paréntesis que había comenzado con la guerra civil de 1936 y sus secuelas empezaban a superarse.
La Escuela Lujan Pérez, tras unos años de inactividad, había reanudado sus tareas docentes. El grupo Ladac acababa de fundarse, Felo Monzón, Manolo Millares, Plácido Fleitas y Juan Ismael estaban formalizando una obra de vanguardia que parecía anticipar la aparición del arte abstracto en el resto de España. En Tenerife, la breve existencia del grupo Pintores Independientes Canarios, del que fueron miembros Aznar, Ismael, Chevilly, entre otros, y ya entonces comenzaban a trabajar en la isla pintores como Pedro González y Cristino de Vera, cuya obra, en años sucesivos, iba a convertirse en una de las más relevantes del arte canario contemporáneo.
Sin embargo, a pesar de esa coyuntura favorable, Padrón se aísla en Gáldar, y no tomaría contacto con los medios artísticos de Las Palmas hasta algunos años más tarde. Así, con ocasión de su primera exposición en El Museo Canario (1954), un crítico pudo decir: «Antonio Padrón fue una gran sorpresa, un no saber de dónde había aparecido este gran pintor».
Antonio rehuía la fama, puesto que la fama exclusivamente para la obra era imposible, renunció a ella. El reconocimiento de un cuadro perfecto o, al menos, camino de la perfección, se convirtió en su fin. El hecho de que su vida constara de asuntos tan diferentes como la pintura, escultura, música, literatura, el cultivo de las plantas y la administración de las fincas, producía una apertura hacia mundos variados. Además, el formar parte de una numerosa familia traía consigo el contacto con todas las generaciones, a cuya observación no escapaba ninguna. A veces, simples trozos de conversación quedaban grabados en su mente, creando material para una obra futura.
La justa valoración de las cosas, el instinto para captar la primera idea, nos llevarán inevitablemente al mismo punto: el entorno, el Noroeste de Gran Canaria.
En términos generales, la pintura de Antonio Padrón puede situarse dentro del ancho margen que abarca el movimiento expresionista. Al expresionismo lo vincula permanentemente su gusto por lo popular, la reelaboración que el hace en sus cuadros de las costumbres, los mitos y el folklore insular. Por otra parte, la revalorización de los elementos del primitivo arte autóctono propugnada por los pintores y escultores de la Escuela Lujan Pérez (Felo Monzón, Jesús Arencibia, Jorge Oramas, Plácido Fleitas,…), le descubrieron el sorprendente universo pictórico que ofrecía la isla. Nació así una pintura indigenísta insular cuyas características distintivas residían, según Padrón, en los “propios ocres y rojos, en los tonos cálidos“que tenían la tierra canaria,”situada alrededor del volcán”.
Padrón fue un pintor incapaz de someterse por completo a una influencia determinada. En las obras iniciales se observa la notable huella que los maestros de la Academia dejaron en su expresión, especialmente Vázquez Díaz. Sin embarco, progresivamente, fue descubriendo bajo el entorno un nuevo aspecto. La campesina, el pescador, el paisaje soleado y seco, las labores en la orilla de la playa. Abandonó los rasgos inequívocos reveladores de un rostro específico y concedió mayor importancia a la generalidad. De este modo comenzó a sintetizarla, geometrizarla, simplificándola. Pero la aproximación formal al periodo canario aborigen, al arte primitivo, ha de verse como consecuencia del conocimiento de ciertos movimientos vanguardistas surgidos en las primeras décadas del siglo. El lenguaje ya se había establecido, aprendido de las esculturas africanas y oceánicas, cargadas de enorme expresividad: El Cubismo.
La búsqueda y el estudio de lo popular es lo que hace incluir a Padrón dentro del Expresionismo. El doctor Hernández Perera lo equipara a la “Nueva Escuela Madrileña”, es interesante citar la conversación sostenida entre el doctor y el artista, es su tercera exposición individual. Este pareció conforme con que lo vinculara al fauvismo y a la Escuela de Vallecas, tanto a Benjamín Palencia como a Zabaleta.
Antonio no buscaba la solución a problemas cubistas o expresionistas. Abandonó convencido la influencia exterior. Para él la riqueza colorística de la isla suficiente. Afincado en su pequeño rincón geográfico supo extraer toda su esencia.